1677. Antonia Maldonado había nacido en Guayaquil, Ecuador, pero desde muy joven tuvo noticias de la existencia de la devoción al Cristo Morado de Pachacamilla. Su austera y piadosa vida estaba consagrada al culto del Señor.
Ilusionada por los relatos que había escuchado de sus paisanos, es su peregrinación a Lima para adorar al Señor de los Milagros, Antonia, no dudo en viajar a la capital peruana junto con sus progenitores. Tenía solo veinte años cuando recala en Callao.
Ilusionada por los relatos que había escuchado de sus paisanos, es su peregrinación a Lima para adorar al Señor de los Milagros, Antonia, no dudo en viajar a la capital peruana junto con sus progenitores. Tenía solo veinte años cuando recala en Callao.
Afincada en el primer puerto, conoce al noble Alonso Quintanilla, quien queda prendado de su belleza, estando dispuesto a desposarla pese a sus constantes negativas. Ese rechazo se convierte en aceptación cuando interviene la madre de la joven guayaquileña, persuadiéndola para que contraiga matrimonio con el noble galán limeño.
Tiempo después, sin haber consumado el matrimonio, Alonso fallece repentinamente sumiendo en el dolor a su joven esposa, quien se sentía culpable de no haber correspondido al noble sentimiento de su esposo. Desde entonces su devoción se incremento, más aun cuando pudo ser partícipe de la Procesión del Señor de Pachacamilla.
Tal era su devoción que llega a formar uno de los primeros beaterios de las Nazarenas, pionera de la futuras Sahumadoras y Cantoras de la Hermandad. Como se había trasladado por los alrededores no duda en alentar al vecindario para que la acompañen en su devoción al Cristo de las Nazarenas. Habiendo reunido a un numeroso grupo inicial, acuerdan optar por una vestimenta de color morado que las identificar con su actividad benefactora.
Tal era su devoción que llega a formar uno de los primeros beaterios de las Nazarenas, pionera de la futuras Sahumadoras y Cantoras de la Hermandad. Como se había trasladado por los alrededores no duda en alentar al vecindario para que la acompañen en su devoción al Cristo de las Nazarenas. Habiendo reunido a un numeroso grupo inicial, acuerdan optar por una vestimenta de color morado que las identificar con su actividad benefactora.
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